Como antes
en Colombia, Afganistán, Irak, Libia, Ucrania y Siria, el terrorismo está
ganando parcialmente la guerra en Venezuela. El terrorismo no es un adversario,
sino tan sólo una forma de violencia política que, en ocasiones, como sucede
actualmente en Venezuela, sirve para edificar la arquitectura de una
intervención militar extranjera directa bajo fachada humanitaria.
Junto con
la guerra psicológica y las operaciones especiales clandestinas, la práctica
del terrorismo vía escuadrones de la muerte o grupos paramilitares –como
instrumentos principales de la guerra sucia–, es un componente clave de la
guerra asimétrica. Según manuales del Pentágono, la noción de asimetría no
alude a un simple desbalance en la paridad de fuerzas entre enemigos, sino
supone una metodología que emplea tácticas irregulares o no convencionales que
permitan maniobrar con el menor costo político y militar posible al promotor o
actor estratégico encubierto (el llamado liderazgo desde atrás).
Un elemento
esencial para la eficacia del accionar terrorista son los medios. En una guerra
no convencional, de desgaste, como la que tras bastidores libra Estados Unidos
contra Venezuela, las verdaderas batallas se dan en el imaginario colectivo. El
Pentágono da gran importancia a la lucha ideológica en el campo de la
información. Usa a los medios como arma estratégica y política en la batalla de
la narrativa. Se trata de dominar el relato de cualquier operación, militar o
no. La percepción es tan importante para su éxito como el evento mismo (…) Al
final del día, la percepción de qué ocurrió importa más que lo que pasó
realmente.
Mediante la
repetición in extremis, Estados Unidos y los medios cartelizados bajo control
monopólico privado han logrado fabricar en el exterior la falsa percepción de
que en Venezuela existe una dictadura. Un régimen totalitario no permitiría los
agravios, los actos vandálicos y los ataques a unidades militares y policiales,
a centros industriales, a instalaciones gubernamentales y a servicios públicos
clave. Tampoco los aberrantes excesos de unos medios que operan como la
principal oficina de propaganda de los terroristas y sus patrocinadores encubiertos.
En todo
conflicto la guerra mediática es el preámbulo de la guerra estratégica. En ese
contexto, lo que cada día transmiten los grandes corporativos mediáticos no es
la verdad sobre Venezuela. Lo que presentan como realidad CNN, O’Globo,
Televisa, el Grupo Clarín, la BBC, DW y otros oligopolios privados no es tal. Y
aunque el enfoque de la cobertura noticiosa tiene que ver con la disputa por la
hegemonía, no se trata de un mero problema ideológico o de clase. Junto con lo
militar, lo económico, lo cultural y lo espacial (el aspecto geopolítico y el
control de territorios), el terrorismo mediático es consustancial a la llamada
dominación de espectro completo (full espectrum), noción diseñada por el
Pentágono antes del 11 de septiembre de 2001.
La dominación
de espectro completo combina distintas modalidades de la guerra no
convencional, así como diversas estrategias y tácticas guerreras asimétricas
con la finalidad de adaptarse a un escenario complejo: la Venezuela de Hugo
Chávez y Nicolás Maduro, que tras 18 años de gestión gubernamental ha logrado
forjar un nuevo sujeto histórico anticapitalista y antimperialista, y una unión
cívico-militar de nuevo tipo liderada con un buen manejo táctico de la crisis.
Volviendo
al terrorismo, un caso reciente fue el tratamiento mediático de los ataques
lanzados desde un helicóptero contra el Ministerio del Interior y el Tribunal
Supremo de Justicia (TSJ), en Caracas, el pasado 27 de junio. Los hechos fueron
protagonizados por Óscar Pérez, inspector de la Brigada de Acción Especial del
Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), quien
tras despegar en un helicóptero policial de la base La Carlota y sobrevolar la
capital, disparó 15 balazos contra el ministerio y lanzó cuatro granadas de
origen colombiano y fabricación israelí contra el TSJ.
Inmediatamente
después de los ataques fue divulgado un video en Instagram, en el Pérez se
declaraba en desobediencia civil y llamaba a un golpe de Estado contra el
presidente Maduro. Los tripulantes del helicóptero exhibieron una manta que
rezaba: 350: libertad, en alusión al artículo de la Constitución que señala que
el pueblo desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe
los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos
humanos.
El
canciller Samuel Moncada calificó a Óscar Pérez como un sicópata criminal que
se hace llamar ‘guerrero de Dios’. Y condenó el silencio de países de la Unión
Europea y la Organización de Estados Americanos (OEA) ante lo que catalogó como
acciones terroristas.
En el
momento de los ataques en ambos edificios públicos había población civil. Y
aunque no se registraron víctimas, por su naturaleza y los efectos que buscaba
producir: pérdida de vidas humanas (dado el armamento utilizado), coacción
sicológica y temor en la población, sendos actos pueden ser calificados como
terroristas.
Terrorismo
es el uso ilegal, calculado y sistemático de la violencia premeditada para
inculcar o provocar miedo e intimidar a una sociedad o comunidad. Es una forma
específica de violencia. Como táctica, es una forma de violencia política
contra civiles y otros objetivos no combatientes, perpetrada por grupos
clandestinos, mercenarios o bandas organizadas.
Se trata de
una acción indirecta, ya que el blanco instrumento (víctimas que no tienen nada
que ver con el conflicto causante del acto terrorista), con frecuencia
seleccionado por su valor simbólico o elegido al azar (blanco de oportunidad),
es usado para infundir miedo, ejercer coerción o manipular a una audiencia o
blanco primario, a través del efecto multiplicador de los medios, que pueden
ser utilizados, además, como vehículos de publicidad o propaganda para
desacreditar y/o desgastar al gobierno.
Esta nota
fue tomada del diario La Jornada
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